sábado, 19 de diciembre de 2015

El Camino

(Hace más de un año que no publico aquí. Me arrepiento)



Llueve. Llueve como nunca ha llovido en Lima.
Me pregunto si es el final.

 El ruido de la lluvia contra el cemento ensordece. Los carros siguen su camino, ajenos al fin del mundo.

 Veo desde el balcón a una señora. Me pregunto si la conozco. Deben estar empapándose. Es una lástima que se hayan caído mis lentes, pienso.

 Me miro las manos, mis huellas dactilares se extienden como un camino, blanco y serpenteante, arriba y adelante.

 Arriba y adelante. Es lo único que me falta. Cae el sol y se borran las líneas; la del horizonte, mar y cielo ambos de tinta; las de los edificios, oscuros tras sus luces apagadas; las de la realidad. Pero no la de la lluvia, nunca la de la lluvia. Mi pelo se evapora friamente.

 El final me espera. Ahí donde no hay nada, ni líneas ni huellas, tan al final del camino que casi no lo veo. Es blanco como el cielo en invierno y negro como las semillas de una sandía. Ahí no cargaré el peso de los días ni la culpa de las noches.

 Doy dos pasos adelante y el camino desaparece por un segundo, mínimo, una fracción de parpadeo. Cuando doy un paso atrás parece brillar, seducirme con marfil y seda. La pólvora en mi estómago chispea. Me doy la vuelta y entro a resguardarme de la lluvia.

Más vale malo conocido que bueno por conocer.

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