sábado, 17 de noviembre de 2012

XII



La tierra la llamaba porque estaba alejada. Sus vergüenzas la hacían levitar y ella no quería nada más que abrazar el piso. Así que ató sus pies al techo y subió el volumen. Lentamente pudo ver cómo goteaba del ombligo, y el líquido caía hacia el suelo, mojándole los hombros, las mejillas y el pelo, hasta finalmente desaparecer entre las grietas. Algunas gotas se acumulaban en la boca de su estómago y se volvían nudos, otras, en los ojos para ser lágrimas, y las más necias se transformaban en sudor nervioso sobre sus sienes. Pero al final quedaban tan pocas que nadie las podía ver, y ella sonreía.

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