lunes, 28 de mayo de 2012

Las Monedas



Katub era un pueblo pequeño en la cordillera de Kualam, modesto y con apenas una escuela primaria y algunas granjas.

Los habitantes eran felices. No tenían agua corriente, y el hospital más cercano estaba a dos días de viaje, pero esto no era una molestia.

Vivía en Katub una niña de nombre Limda, con su padre y tres hermanos mayores.

La mamá de Limda sufría alguna enfermedad extraña, y se quedaba en el hospital. Limda la visitaba una vez al mes.

Todos los domingos, engriendo a su única hija, el papá de Limda le daba dos monedas.

Un día, visitando a su mamá, Limda escuchó a los doctores hablar con su papá. Usaban palabras largas y raras que ella no conocía, pero los entendió decir que necesitarían mucho dinero.

Desde ese día, Limda decidió empezar a guardar las monedas que le daban para ayudar a su mamá. Las guardaba en una cajita de cartón bajo su almohada, sin decirle a nadie. Además empezó a ayudar a sus vecinos con los campos y las pequeñas tareas del hogar, consiguiendo de vez en cuando propinas que iban a sus ahorros.

Una mañana, Limda se levantó muy temprano y corrió a la cama de su papá. Dormían todos en el mismo cuartito, porque la casa era muy pequeña y había muchas goteras.

Lo sacudió con una mano mientras con la otra cargaba la cajita rebosante de monedas.

“Papá, papá, ¡quiero ir a ver a mamá!”

“Es muy temprano… Y hoy no es el día…” su papá estaba muy cansado. “¿Qué tienes ahí?”

“¡Son monedas para ayudar a mamá!” Limda estaba muy entusiasmada.

¡Su papá estaba muy sorprendido!

Así que, después de ordenar, comer el poco de pan que les quedaba y ponerse la ropa más bonita que tenían, la que usaban para visitar a mamá, se fueron los dos solos en la carreta hacia el hospital.

La verdad, sería inútil contarte el resto. Limda se cae de la carreta. O empieza a llover, y a su papá y a ella los parte un rayo. O se encuentran con alguna criatura salvaje natural de esas partes del continente.

Ahora parece broma. Pero no lo es.

Aunque Limda vaya a la iglesia después de cada visita a su mamá, aunque rece todas las noches en silencio, y aunque le escriba cartas difíciles de entender al cielo, morirá, y no llegará donde su mamá. Sus hermanos, extrañados, nunca sabrán lo que le paso a su padre y hermana, y por no conocer el camino, no volverán a ver a su mamá. Como nadie la visita y su condición empeora, su mamá es echada a la calle, y muere en la miseria. El esfuerzo de Limda, el intento de cambiar los hechos con una dulce inocencia… Son futiles.

Porque yo controlo todo.

Soy el Dios. Soy el Autor. Y a mí no me importa lo que no me entretiene.

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